domingo, 17 de febrero de 2008

Oliver Laxe


Título: MI AMIGO MOHAMED

Soy de los que piensan que nos vemos obligados a hacer arte para intentar salvar esa distancia que hay entre nuestra subjetividad y la realidad objetiva, para hacer que nuestra realidad interior y profunda converja con el mundo que nos rodea. Al crear nos reconciliamos de esta forma con este y, aparentemente, superamos el miedo de saber que estamos absolutamente solos, que la distancia entre nosotros y el Otro, el Afuera, es trágicamente tan insalvable.

Un año después de haber rodado « Suena la trompeta, ahora veo otra cara » he regresado a Sietzen, pueblo situado a las afueras de Tanger donde se empezó a construir en su momento el que iba a ser uno de los estadios de la Copa del Mundo de fútbol Marruecos 2010, (evento que finalmente acogerá Sudáfrica). Allí me he reencontrado de nuevo con Mohamed, uno de los vigilantes de las obras. Me había ayudado en la realización de una pieza homenaje a Andréi Tarkovski para la colección « Cinéma, de notre temp ». En ella había capturado los rostros de varios de los obreros que allí trabajaban, de los que no queda ninguno.

Los rodajes son muy justos, una radiografía del ser que está detrás de la cámara, un fiel reflejo de su estado de ánimo, espiritual, una trascripción exacta de la relación de ese Uno con su Afuera. « Suena la trompeta, ahora veo otra cara » refleja el que era por aquel entonces un evidente distanciamiento con respecto a esa realidad. En ella los seres aparecen a lo lejos, borrosos, pese a que mi intención sea sentirme lo más próximo y unido a ellos, diluirme en su realidad, en un equilibrio para con la vida.

En « Mi amigo Mohamed », una instalación cinematográfica formada por unos cuantos viejos televisores, lo que quiero mostrar es un intercambio de miradas, una situación de antropología compartida en la que mi reconciliación con el Otro significa mi acercamiento al Mundo, mi transformación en realidad.

Creatividad popular, al querer darle autonomía a ese ser, para que no sea, como en esas primeras imágenes, un simple instrumento en la determinación y en el reconocimiento de mi mismo. Que se escuchen sus palabras, que hable en su propio nombre, que mi discurso no sea el que “informe de las cosas”. Tratar de sentir a ese Otro como si fuera un Yo, y así, reconocer en su imagen, una interrogación sobre la mía.

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